Contra el minimalismo
En el campo del diseño, el término minimalismo se ha difundido convirtiéndose en un concepto impreciso y, en la mayoría de los casos, equívoco. Con frecuencia se utiliza como sinónimo de simple, sencillo, puro o austero pero también desornamentado, sobrio, racional, ascético entre otros términos. Una serie de palabras que, aunque parezcan cercanas, poseen implicancias distintas y no siempre coincidentes. De esta forma se ha transformado en un término que funciona de forma parcial o aproximada de variados conceptos y enfoques, pero con una aparente legitimidad y claridad. Este uso distorsiona su sentido y genera confusión en la práctica del diseño.
Su origen no está vinculado al diseño, el minimalismo, como término, surge en la crítica del arte estadounidense y se desarrolla en los años 60. Su empleo actual en el diseño carece, por lo tanto, de fundamento histórico y conceptual sólido. Se trata más bien de un uso laxo vinculado al lenguaje comercial o divulgativo, que por su capacidad evocativa confluye de forma mezclada y reduccionista ideas y expresiones variadas. A su vez, en muchas ocasiones se generan vínculos con la frase «Less is more», atribuida a Ludwig Mies van der Rohe. Una máxima sacralizada que deviene en una interpretación simplista y fuera de contexto que refuerza la confusión contemporánea haciendo creer que «menos» es automáticamente «mejor», una clase de reducción automática de elementos como valor estético per se. Estas aproximaciones funcionan como una suerte de derivación o relectura tardía del racionalismo y del funcionalismo modernista, reinterpretada con una mirada actual, concentrados casi exclusivamente en sus valores visuales y formales, pero reforzando visiones absolutistas puristas y universalistas en las concepciones estéticas del mundo.
Bajo las múltiples interpretaciones que el minimalismo ha recibido, subyace una búsqueda compartida: la de una esencialidad en el diseño. El término de esencial es abierto a la interpretación y difuso por naturaleza y desde ese lugar no pretende consolidarse como un ismo. No busca el carácter de estilo ni de corriente estilística, no remite únicamente a una visión formal y no proclama un ascetismo estético sino una actitud de discernimiento. La esencialidad no prescribe un lenguaje visual, sino un modo de pensar y decidir en el proceso proyectual. Se trata de una categoría relacional y dinámica, no normativa que funciona como un parámetro que requiere de lo contextual para establecerse. No hay en ella una promesa de universalidad, sino una disposición crítica frente a la saturación o la arbitrariedad.
La esencialidad no consiste en simplificar hasta dejar la mínima expresión formal, sino en proyectar de forma de conservar lo que aporta sentido, eliminar el ruido y garantizar que la forma, la función y la experiencia del objeto estén plenamente articuladas.
Hablar de esencialidad, entonces, es hablar de criterio más que de estilo. El criterio no se aplica de manera abstracta, sino que se construye en diálogo con el contexto: cultural, técnico, simbólico, productivo. Lo esencial puede adoptar múltiples apariencias, incluso contradictorias, lo que en un caso requiere desnudez material, en otro puede exigir densidad simbólica. Así, la esencialidad no se define por la cantidad de elementos, sino por la precisión del vínculo entre ellos.
La esencialidad exige reflexión y rigor, supone un trabajo crítico y consciente: identificar qué aporta valor y significado, y descartar lo que no, sin caer en la precariedad ni en la simplificación banal. Un diseño esencial no es vacío ni simplista, no busca la ausencia de elementos, sino la presencia justa, aquella que sostiene con claridad la función, la expresión, el sentido y la experiencia de uso, trabaja sobre lo necesario, lo pertinente y coherente.
Mientras el minimalismo mal entendido puede producir objetos desprovistos de identidad, reflexión y sentido resulta fundamental desarrollar visiones que colaboren en desarrollar una práctica crítica, rigurosa y significativa.